Suri Cruise, la hija del famoso actor Tom Cruise, puede ser el símbolo de lo que sucede con los chicos en estos días: niñas de pocos años de edad que no salen a la calle si no es con los labios pintados y zapatos de taco alto. En contraste encontramos a jóvenes adultos que se resisten a salir de la casa de los padres. Ambos escenarios son cada vez más usuales en cualquier ciudad del mundo occidental. "Es casi como querer ser grande cuando se es niño, y querer volver a ser niño cuando se conoce lo que realmente implica ser grande", explica la sicoterapeuta Ana Olmos.
Ese fenómeno se refleja socialmente de varias maneras. Basta asomarse a la calle para ver a chicos extremadamente vanidosos, con ropas y zapatos a la moda, que parecen adultos expertos en la movida fashion.
Tereza Ortiz es un caso. Con el cepillo de peinarse en una mano y un lápiz de labios en la otra, ella asegura con una sonrisa que el regalo de cumpleaños que más le gustó fue un juego de maquillaje cuando cumplió cinco años, el nueve de octubre pasado. "Me gustó más que las muñecas, porque prefiero estar siempre linda", asegura Tereza.
Los especialistas afirman que el síndrome de "quiero ser grande" es saludable, ya que ¿qué niña no usó los zapatos altos de su madre o niño la corbata de papá? "Los hijos tienen a sus padres como imagen y se identifican de esa forma con el mundo adulto, lo cual es absolutamente natural", dice la terapeuta Olmos.
El problema es cuando esa vanidad pasa a ser asumida por el niño con seriedad y no como un juego. "Tenemos que ponerles límites a nuestros hijos para que no sufran con las consecuencias que implica ser adultos antes de tiempo", explica la sicóloga Diane Levin, del Wheelock College de Boston, en Estados Unidos.
Autora del libro, "So sexy, so soon" (algo así como "Tan sexy, tan pronto"), Levin cuenta que querer ser adulto muy pronto y sin reglas, puede causar una sexualización anticipada, con el consecuente acortamiento de la infancia y, en casos más graves, dolencias típicas de la adultez como depresión y fobias.
Levin atribuye el fenómeno a los medios de comunicación, por su exigencia permanente de belleza. "Para los medios nunca es temprano para ser sexy. Y los niños terminan absorbiendo ese mensaje sin ningún filtro. El problema es que anticipar la sexualidad abrevia la infancia y eso puede causar una serie de trastornos emocionales a toda una genración", predice.
Para evitar el surgimiento de adultos en miniatura, la especialista Levin afirma que padres y profesores deben estar atentos. Conversar más y castigar menos son formas eficientes de alcanzar el mundo infantil. Según la autora, también es importante decir no ante los excesos y estimular a los hijos con juegos saludables, que estimulen la creatividad en los niños.
La madre de Tereza, Daiane Ortiz (22), sigue los consejos que da la sicóloga estadounidense. "Cuando puedo juego a las muñecas con Tereza, pero a ella no siempre le gusta; me dice que es un juego tonto, aburrido, pero yo le insisto", explica. Otro aspecto en el cual la madre busca imponer límites a Tereza es en relación a los zapatos. A pesar de que la nena las pide con insistencia, las sandalias de tacón alto aún no forman parte de su guardarropa. "En lo que a mí respecta, usará zapatos bajos por un buen tiempo. Lo que ella tiene que hacer a su edad es saltar y correr, y eso no puede lograrlo con tacones altos".
"¿Para qué me voy a ir si aquí tengo todo?", se pregunta Rafael Toporcov, un joven de 25 años que vive con la familia en un barrio de clase media alta de Sao Paulo. Apasionado por los juegos de video y de las tarde de fútbol con los amigos, Rafael tiene una rutina apacible. Durante la semana se encuentra con amigos en bares, juega al fútbol y cursa una materia para convertirse en organizador de eventos, entre otras actividades. "Ya tendría que haberme graduado", admite.
Rafael asegura que ahora dedica menos tiempo a los jueguitos electrónicos, porque "mi hermano se fue a vivir con la novia y eso trastronó un poco mi rutina de juegos; él era mi compañero para jugar", relata. El hermano, Renato, es un funcionario público de 31 años que vivía también con los padres hasta la semana pasada, cuando decidió salir del hogar paterno por primera vez.
"No me preocupa, e incluso me gusta porque mis hijos están cerca de mí. Rafa puede quedarse aquí hasta que él lo decida, si se siente bien con eso. Esta es su casa", dice la madre de rafael y Renato, Vania Toporcov, de 59 anos.
Rafael y Renato no son casos excepcionales: la llamada "generación canguro" es cada vez más numerosa. Esa es la conclusión de la tesis de maestría de la socióloga Regiane de Carvalho. Estudiante de la Universidad Federal de Minas Gerais, Regiane decidió dedicarse al tema cuando percibió que era una excepción entre sus compañeros de clase. "La mayoría tenía más de 20 años y aún vivían con los padres, mientras yo me había ido de casa a los 18 años; eso me motivó a estudiar el tema más a fondo", dice Regiane.
Tomando como base los censos nacionales, la investigadora descubrió que la salida de la población masculina de la casa de los padres es cada vez más tardía. Según los datos oficiales, en los últimos 20 años en Brasil la proporción de jóvenes que viven en casa de los padres aumentó de 32,2% a 44% entre quienes tienen entre 25 y 29 años de edad. Y el salto fue de 13,7% a 22,2 por ciento entre los de 25 a 29 años.
Para la sicóloga Ana Olmos la causa del aumento en la población de jóvenes que prefieren no independizarse de los padres puede ser la "infantilización" de la sociedad. La especialista apunta a los jóvenes sobreprotegidos, cuyos padres evitan que enfrenten dificultades. "Pero los seres humanos sólo maduran enfrentando conflictos, y es díficil arriesgarse en algo si la persona no se maneja con autonomía", explica Olmos. El secreto está en el equilibrio: "ni desatención, ni sobreprotección; ese es el secreto para las relaciones familiares exitosas", concluye.
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